jueves, 10 de diciembre de 2009

El gato sofá • Carlos C.Laínez


Un gran gato

Mi gato fue desde pequeño un gran gato. Lo digo de forma literal. Era un animal de proporciones colosales. Me lo encontré una noche al salir de la librería. Vivo solo y hacía tiempo que pensaba adoptar uno que me hiciera compañía. No me importó que estuviera tan crecido porque su aspecto era de gato tranquilo. Como yo lo quería, pensé.
Al poco de tenerlo, viendo que sólo bebía leche, y que crecía rápidamente, deduje que era un cachorro más grande de lo normal. A los tres meses y a base de muchos kilos de comida al día el gato me duplicaba en tamaño y peso.
Consulté todos los libros que, sobre gatos, cayeron en mis manos. Nada. No encontré ninguna referencia a ningún animal de su especie de tales dimensiones. Aunque su alimentación era toda una carga económica difícil de llevar, yo estaba encantado con él. El animal, con unos seis meses de edad y más de doscientos kilos, había parado de crecer. Su sitio favorito de la casa, al igual que el mío, era la biblioteca. Soy un lector empedernido, poseo gran cantidad de libros, unos nueve mil más o menos. Era muy agradable su compañía en mis horas de lectura.
Un día por equivocación, me senté encima de él cuando me disponía a leer. Lejos de molestarse, noté al gato feliz de tenerme encima. Fue todo un descubrimiento. Era mullido, estaba calentito y además, con el suave ronroneo, me hacía un relajante masaje mientras leía. Todo un placer. Yo, Ramón Winsley, poseía al único Gato Butaca que existía en el mundo.
No duró mucho mi alegría. A la semana siguiente se lo vendí a un circo que pasó por la ciudad.
No soporto que me miren por encima del hombro mientras leo.

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