lunes, 10 de noviembre de 2008

El viejo Mercedes


Reproduzco aquí otra ilustración del libro La hora azul
de Antonio Reyes.
También el relato que cierra este libro.
Espero que os guste, personalmente es mi favorito.

EL VIEJO MERCEDES

Azul y viejo. El taxi Mercedes circula por la carretera. A diario recorre decenas de veces el camino que enlaza Tetuán con Río Martil. Conoce a la perfección la escasa distancia que media entre ambas ciudades. Le une a sus compañeros de flota, además del color y la marca, la longevidad y el incontable número de kilómetros que marca el salpicadero.

El taxi, concebido en algunas latitudes como un medio de transporte cómodo para el tráfico y para los pasajeros, en el sur es una ineludible obligación para quienes tienen que desplazarse de un lugar a otro. Cuando el vehículo privado se convierte en un bien inalcanzable, sólo resta el transporte público, autobús o taxi colectivo.

Azul y viejo, con un motor repleto de quejas, forrado de escay y amplio por dentro, el taxi, socorro de transeúntes, va atendiendo las llamadas de los viandantes que solicitan sus servicios. Un total de seis personas, sin contar al conductor, pueden ser acogidos en su interior, que se estira como una goma de mascar, hasta dar cabida a un número suficiente de viajeros que permite que los trayectos sean asequibles para cualquier economía.

Parado al pie de la carretera, Mohamed otea el horizonte a la búsqueda de un punto azul. Cuando lo percibe, alza su brazo derecho: señal inequívoca de llamada. Algunos no se detienen. Repletos, ya no cabe en ellos ni un alfiler.

En su pueblo nunca acude a las paradas. Es su hábito para despabilar. Por la mañana, cuando el despertador hace de improvisada corneta, prefiere echarse a la calle y saborear el fresco aire del amanecer. El pequeño trecho entre su casa y la salida de Río Martil le sirve para estimular sus ojos y su pensamiento: despejado, inicia la aventura del nuevo día.

Siempre el mismo ritual: paseo mañanero, breve espera, brazo levantado, pasan de largo uno, dos, tres…, hasta que por fin el punto azul, al que la cercanía ha ido mágicamente agrandando, estaciona ante él. Saluda a sus moradores, penetra en el habitáculo y la marcha se reanuda. Habituado a esta liturgia matutina, tomar el taxi forma parte de sus obligaciones cotidianas.

Un día, uno cualquiera de los muchos que gratuitamente desgrana el calendario, Mohamed aguarda paciente la llegada del vehículo.

Esta vez ha tenido suerte. Quedan dos plazas libres en el asiento trasero. Toma una, junto a la ventana. Le indica al conductor su destino: Tetuán. Presuroso, el taxi reanuda el camino. Tras de sí deja una estela negra que momentáneamente entolda el cielo.

En su interior el ambiente está cargado. Hace calor. Como en esas naves perdidas en el espacio, el oxígeno escasea. Mohamed pide al conductor la manivela para bajar la ventanilla. El aire aprovecha el resquicio. La atmósfera se renueva. La herramienta vuelve a manos del chofer: hay que protegerla de posibles robos.

La radio del coche, enemiga de cualquier conversación, se oye con fuerza. El silencio, tal vez la única manera de preservar la imposible intimidad, es una costumbre entre los pasajeros. Sólo los altavoces rompen el mutismo. Las canciones tradicionales suavizan los gemidos del motor. Al finalizar, comienza el informativo.

Al borde de la carretera, una mano alzada revela un nueva parada, esta vez la última.

El locutor anuncia la voz del Gobernador que se dirige a los ciudadanos:

- Somos un pueblo unido. Los que hemos nacido en esta santa tierra, tenemos todos en común el mismo sentimiento: el amor a la patria. Con nuestro sudor, con nuestro esfuerzo diario trabajamos para conseguir una nación grande y poderosa. No importan los sufrimientos, las amarguras. La bandera de nuestro país nos cobija, nos protege, nos hace libres…

Una joven hermosa apura la nómina, ya completa, del taxi. Se sienta junto a Mohamed. De reojo, él la mira. Observa su cabeza cubierta por un pañuelo. Sus bellas facciones. Su cara exenta de cremas y maquillaje. Sus finas manos. Las amplias ropas que decorosamente la envuelven.

Sus cuerpos, involuntarios y obligados, se rozan. Brazo con brazo, pierna con pierna, el taxi los exime, brevemente, de normas morales y de preceptos religiosos. Se convierte en un hermoso espacio de libertad.

Mohamed cierra los ojos. Su corazón, como el motor del Mercedes, sube de revoluciones. Goza de la fugacidad del instante, del atractivo de lo prohibido, de la hermosura del contacto físico, de la belleza de la joven, ocasional compañera de trayecto.

La radio, pertinaz en su cometido, continúa con el noticiero. Hace rato que Mohamed dejó de oírla. Sólo escucha el pálpito de sus sentidos.

El taxi se detiene a la entrada de Tetuán.

- ¿Qué le debo? –pregunta la muchacha.
- Cinco dirhams –contesta el conductor.

El vehículo prosigue su marcha. Pronto la chica desaparece. Mohamed reclina la cabeza sobre el asiento. Las palabras del Gobernador, terminando su discurso, lo devuelven a la realidad:
- Al-alh, Al-uattan, Al-malik.

Fin de la plática y del trayecto. Se apea en las cercanías de la Puerta Reina y se encamina a su trabajo en la medina.

Durante el día no es capaz de olvidar el furtivo contacto con la muchacha. Su piel se eriza con facilidad. El más mínimo roce lo estremece. En su cabeza se unen las imágenes, los sonidos y los silencios de la mañana.

A la caída de la tarde, encuentra un taxi en la parada. Aguarda a que el coche vaya completándose. De vuelta a Río Martil, sus ojos vigilan el lugar donde la chica se bajó. Ansioso espera el milagro. La joven no aparece.

Desconcertado, recuerda el discurso del Gobernador. Piensa en la facilidad con que se engarzan las palabras. En lo vacías que resultan a veces. Regresa a casa sintiéndose un apátrida.

Por la noche, tendido en la cama, dormido con los ojos abiertos, la muchacha reaparece. Sus cuerpos vencen la resistencia de las ropas. Se entremezclan, en silencio, con la suavidad de la cercanía. Serpentean unidos aferrados a la dulzura del contacto. Se funden los olores en un aroma compartido.

El amanecer convoca a la rutina diaria. Sale de su casa. Se dirige al asalto del primer vehículo libre.

Uno se detiene. Azul y viejo. Montado en él, avanzando en la misma ruta que realiza desde hace años, se siente feliz.

El taxi es su patria. El azul, el color de su bandera. La muchacha, su dios: la esperanza.

2 comentarios:

  1. Bonito relato el de Antonio Reyes.
    La ilustración me recuerda a los experimentos de transferencia de imágenes de revistas de papel couché con gasolina. Mu chulo todo

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  2. Precioso, Clainez, a mi también fue el relato que más me gustó, aunque ninguno tenía desperdicio. Si, un bonito libro.

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